Cómo se sabe, "Las mil y una noches" es una de las más grandes colecciones de cuentos árabes y persas de la historia, éstos fueron escritos poco antes y durante la Edad Media y traducidos a las lenguas romances durante la ocupación de los moros en Europa (término peyorativo de la época para referirse a cualquier persona del Medio Oriente que no pertenecía a la Cristiandad). En general todas las formas de comunicación muestran la cosmovisión de un pueblo, sin embargo, son las fábulas, los cuentos tradicionales y los mitos lo que más nos aproxima a su idiosincrasia, ya al ser dirigidos principalmente a los niños y al vulgo, nos revela los valores más esenciales de ese pueblo en un lenguaje sencillo.
Siempre se han tenido visiones contradictorias de la homosexualidad, en algunas culturas tradicionales ésta era penada (la cultura maya, azteca, china, o judía), mientras que en otras era permitida (los griegos) o por lo menos tolerada (los romanos). Actualmente es común pensar que los árabes son completos partidarios de la opresión hacia la mujer y hacia la homosexualidad, no obstante la sorpresa se hace presente cuando hayamos en "Las mil y una noches" un cuento cuyo eje temático es el homoerotismo, perdido entre el amor de Scherezada y el Sultán, "El chico y su maestro" narra la atracción sexual que existe entre un sheij (un sabio) y su discípulo, que más parecería un cuento sacado de la pluma de Platón para narrar sus desventuras amorosas que de los labios de una árabe oprimida. Sin embargo, hay que recordar que antes de ser monoteístas los diferentes grupos étnicos del Medio Oriente y Norte de África fueron politeístas, además de que la radicalización cultural y religiosa que se vive hoy en día ha sido el resultado de un proceso histórico llamado globalización.
A continuación el cuento sin modificaciones:
El chico y su maestro
(Noches 584 y 585)
Página bellísima, idiolio encantador, en que todo conspira para favorecer el momento de una iniciación amorosa, en el que fuesen protagonistas Dafnis y Cloe y no esa pareja homosexual que usurpa su puesto.
- Cuentan también que el visir Bedru-d-Din, guali del Yemen, tenía un hermano, el cual era un joven tan guapo que a su paso hombres y mujeres volvían la cabeza para admirarlo y bañarse los ojos en sus encantos.
Por lo cual temía el visir que lo hicieran objeto de algún peligroso enredo y lo tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y prohibiérale el trato con los otros muchachos.
Y como no se avenía a la idea de enviarlo a la escuela, por no poder allí vigilarlo como quería, hizo venir a la casa, en calidad de alfaquí, a un sheij venerable y piadoso, con fama de honesto y virtuoso, a él le encomendó la educación de su hermano menor.
Y el sheij iba a la casa todos los días a darle lección a su discípulo y se encerraba con él en una sala que les tenía destinada, y durante una hora los dos allí se estaban.
Y sucedió que, al cabo de algún tiempo, la belleza y los encantos personales del muchacho hicieron el consabido efecto en el maestro, y el santo varón concibió una loca pasión por el guapo chico, y, al verlo sentía cantarle en el corazón todos los pajarillos que en él llevaba adormecidos.
Hasta que, al cabo, un día ya no se pudo contener y en un arrebato de pasión declaróle al muchacho el estado de su corazón y las ansias que sentía de estar con él a solas con mayor expansión.
A lo que el muchacho contestó:
-Ya sabes tú que, por desgracia, tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis pasos.
Y el scheij, al oírlo, suspiró y dijo:
-¡Guay de mí, si siquiera pudiera pasar una noche sola contigo!
-¡Quita de ahí -respondió el muchacho-, pues no dices nada! ¡Si mi hermano me vigila tanto durante el día, ya puedes figurarte, hombre, que será en las noches!
-¡Ya lo sé! - exclamó el scheij lanzando otro suspiro.
Pero luego dijo:
-Mas, a pesar de todo, se me ocurre un medio de lograr nuestro antojo. Porque ya sabrás que la azotea de mi casa es contigua y da ras con ras con la tuya, de suerte que sería muy sencillo que esta noche, luego que tu hermano se hubiese dormido, subieras tú a tu azotea, donde yo te estaría aguardando, y saltases el petril y te pasases a la mía, y ya allí nadie nos podría ver y estaríamos juntos hasta el amanecer.
Parecióle bien al muchacho la proposición y la aceptó.
Y aquella noche se hizo el dormido, y luego que su hermano, el visir, se fue a acostar, muy tranquilo y sin la menor sospecha, fue él y subió a la azotea, donde ya lo estaba aguardando el anciano, el cual diose prisa a cogerlo de la mano y lo ayudó a saltar el pretil y a acomodarse en su azotea, donde ya tenía apercibidas frutas y bebidas.
Sentáronse discípulo y maestro en la azotea, a la luz de la luna, en una blanca estera, e inspirados por la hermosura de la noche, clara y serena, pusiéronse a cantar y beber, penetrados de un íntimo gozo, tan perfecto que llegaba al embeleso.
Pero dispuso el sino que el visir Bedru-d-Din, antes de acostarse aquella noche, volviese otra vez a la alcoba de su hermano, y no hay que decir lo mucho que se asombraría al no hallarlo allí.
Y alarmado por aquel caso extraño púsose a buscar por toda la casa a su hermano, y terminó por subir a la azotea y asomarse al petril, y desde allí pudo ver al muchacho, sentando junto al scheij y bebiendo y cantando.
Pero el scheij tuvo tiempo de ver venir al visir hacia ellos, y, sin perder la serenidad un momento interrumpió la canción que estaba entonando e improvisó sobre la misma música estos versos:
-Me da a beber un vino al que la dulce
saliva de su boca va mezclada
y el rubí de la copa en su mejilla
destella, de rubor coloreada
¿Que nombre le daré? Lleva su hermano
el de Luna radiante del Islam
y como tal refulge en este instante,
sea, pues, el suyo Luna de Beldad.
Sorprendió a Schahrasad la aurora y cortó el hilo de sus palabras encantadoras.
Pero la noche 585 continuó hablando de esta forma:
-Luego que el visir Bedru-d-Din hubo oído aquellos versos que encerraban un requiebro tan delicado para su persona, a fuer de hombre discreto, y como además no veía allí nada censurable, se retiro diciendo para sus adentros:
"¡Por Alá, no seré yo quien turbe su inocente expansión!"
Y el visir se alejó de allí, sin chistar, dejando a los dos gozar a sus anchas de su felicidad.
Extraído de:
Cansinos Assens, Rafael, El libro de las mil y una noches, Tomo III, México, Aguilar Ediciones, quinta edición, 1990, pp. 79-80.