En la ciudad, entre las cárceles de concreto, en una pequeña grieta, a penas visible, se levantaba un diminuto girasol. Cada mañana, la gente transitaba con premura la calle, casi nadie se percataba de la insignificancia que yacía bajo sus pies, excepto los niños, que algunas veces, de forma curiosa, se acercaban al pequeño objeto amarillo y le sonreían, luego, el grito de la madre les hacía correr, y de nuevo el girasol se sumía en la soledad, entre las sombras de algún edificio y el bullicio de la muchedumbre.
Sin embargo, la insignificante flor no se sentía del todo sola, pues todos los días, alzaba su mirada al cielo, para ver aunque sea por unos instantes al sol, tan deslumbrate, tan incadescente, tan magnifico, tan poderoso. Después, sobañaba, que el rey de los amaneceres lo amaba, y su cuerpo se perdía en los destellos luminosos de su amado. Pero poco le duraba el placer, porque su letargo era siempre interumpido por el ruido que provocaba el bestial andar de la gente adulta, y su temor de ser aplastado por aquellos pies sintéticos. Algunas veces, el pequeño girasol se sentía estúpido, pues sabía que nunca el Sol se enamoraría de él, era imposible que un ser tan majestuoso se fijara siquiera en la sombra de su pequeñez. Entonces, agachaba su cabeza, se lamentaba un poco, y continuaba mirando el pasar de la multitud y la sombra de los edificios. Una tarde calurosa y solitaria, el viento rozó los pétalos amarillos del Girasol.
-¿Qué sucede?- cuestionó la flor al amo de la brisa.
-He venido- dijo el viento- a darte un mensaje del sol.
-No lo creo- afirmó el girasol, mientras miraba con desconfianza al viento.
-Yo nunca me equivoco- asentó el poderoso viento mientras miraba a la diminuta flor.
-Si es así, ¿Cual es el mensaje?- preguntó el girasol con ansia.
-Me ha dicho- respondió el viento- "ve y busca al girasol que crece en la pequeña grieta de una ciudad muy lejana, y dile que le amo, que cada mañana me alzo por sobre la ciudad con la esperanza de verle, que su ternura me ha cautivado, que le necesito, que es mi vida, y que le suplico que siempre retoñe, porque si no lo hiciera, moriría de trsiteza y mi llama se apagaría, aunque mis rayos continuarán destellando".
-Eso es imposible- gritó el girasol con completa incredulidad- ¿Por qué el sol amaría una insignificancia como yo?
-Porque- continuo el viento- das belleza y esperanza a esta cárcel de concreto, porque tu grandeza no es tu enormidad física, porque tu corazón es puro, porque tienes inocencia, porque ries, porque lloras, porque sientes, porque contemplas, porque escuchas, porque observas, porque sabes vivir, porque quieres vivir, porque eres tú...
La tarde se volvió más fresca, la muchedumbre continúo su marcha sobre las calles, los edificios se hicieron más pequeños y el girasol permaneció allí, inmutado, viendo el humo de las fábricas, escuchando la risa de los niños y sintiendo al sol que lo miraba.