martes, 19 de octubre de 2010

Antonio

Sus manos eran fuertes, le gustaba el vino, fumaba a diario y a veces le daba por caminar largo tiempo. Su sexualidad era sucia, amaba sentir el cuero liso sobre su cuerpo, la fuerza de otros hombres e irrumpir en ellos, oler pieles, los aromas penetrantes, explotar sobre sus víctimas y poseer.
Lo corporeo se volvió su adicción, adoraba imponer su voluntad, una y otra vez, con uno, con otro, recorrer con sus manos, dejar su marca, destruir la pureza. Su mirada era otra, sus ojos se volvían perversos y entonces decidía alimentarse del sufrimiento, destrozar a su víctima entre placeres.
De vez en cuando, mientras el viento soplaba, sentía su soledad, entonces fumaba un poco, caminaba hasta cansarse y veia sus manos fuertes, por unos breves momentos sus ojos se volvía buenos, después sólo terminaba su cigarrillo.

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