Cuando era niño me daban miedo los fantasmas. Le temía a la oscuridad. Los bultos de ropa se convertían en horribles criaturas nocturnas. Fui creciendo y el miedo seguía allí, a veces un poco más, a veces un poco menos.
Ahora, quisiera entregarme a esos espíritus. Cuando la noche cae, y el cuarto está oscuro... ya no veo esos fantasmas... porque mi cabeza se llena de voces aún más aterradoras: "debes hacer esto", "¿cómo vas a pagar aquello?", "¿de verdad eres lo suficientemente bueno?", "no sirves", "tienes un cuerpo horrible", "que viejo estas", "¿por qué tomaste esta decisión?", "¿este es tu camino?", "ya no puedo más", "quisiera respirar", "quiero paz".
Entonces, suspiro, se hace un nudo en mi garganta, trato de dormir, pero las voces siguen ahí. Están durante horas. Abro mis ojos, veo alrededor, busco a los fantasmas de mi niñez, alzo los brazos para abrazar a los espíritus, para darles la bienvenida, pero no están. Quisiera entregarme a esos fantasmas, a esas brujas, a esos monstruos... porque las voces de mi cabeza me agobian... porque la realidad es más aterradora. Ojalá el bulto de ropa fuera otra vez una criatura de la noche y yo un niño oculto bajo las sábanas.
¿Por qué el mundo tiene que ser tan abrumador?