miércoles, 9 de junio de 2010

Verano

La vida de Silvia comenzó a los veinte años, en algún caluroso día veraniego de junio, mientras caminaba por la ruidosa ciudad llena de autos humeantes. Sus pasos eran cortos y apresurados, siempre caminaba con la cabeza agachada y haciendo movimeintos extraños con sus largos y delgados dedos, después murmuraba algunas cosas que sólo ella comprendía, pues todo era parte de su dialogo interno, del mundo propio donde prefería desarrollarse. Las horas pasaban muy lento y el cuerpo de Silvia seguía desplazándose con premura entre las sordidas calles de la ciudad.
Después de algun tiempo, lorgró llegar a su destino, a una vieja tienda de libros. Era una mujer extraña, y estaba consciente de eso, amaba demasiado los libros, leer los títulos e imaginarse las historias que contenían, gustaba de acariciar las hojas de éstos con delicadeza, mirarlos, olerlos un poco y después, leerlos, era su placer.
Silvia se consideraba a si misma una mujer sumamente aburrida, sus gustos los ocultaba, eran sólo para ella, pues sabía que la gente no los comprendía, y quizá nadie en el mundo sería capaz de hacerlo. Cuando estaba acompañada, le encataba reir y odiaba profundamente los momentos de silencio, aunque en su interior sabía que a veces el silencio puede signficar la palabra más profunda, entonces, comenzaba a habalr desesperadamente, hasta que se sentía tranquila.
Cruzó la calle, como de costumbre encerrada en su propio mundo, haciendo movientos extraños con sus dedos y susurrándose a si misma, cuando chocó con él, no le pareción feo, aunque algo descortés, sin más siguió su camino.
La vida amorosa de Silvia era escasa, jamás había salido con muchos hombres. Además, los pocos hombres que habían logrado cautivar su corazón, la rechazaban, traicionaban o abandonaban después de unas cuantas salidas, cuando pensaba en ello, se preguntaba si su forma poco pausada de hablar les había auyentado, entonces se prometía a si misma no intentar enamorarse de nuevo, quizá la soledad era parte de su destino.
El verano fue muy corto, tras su salida brusca de la tienda de libros, Silvia sintió unos fuertes pasos que iban tras de ella, a veces le daba por la paranoia, la gente le causaba miedo, no le gustaba tratar con desconocidos, entonces apresuro el paso.Por fin el extraño la alcanzó del brazo, ella moría de pánico, así que con el rostro agachado y la mirada en el suelo se detuvo, giro un poco su cuerpo al extraño y se quedó allí parada, inmutada, mientras el desconocido le invitaba un café, sin saber exactamente por qué, Silvia aceptó.
Pocos días tardo Silvia para hacer del desconocido su sombra, lo amaba. Por primera vez en años se sintió completa y dichosa, sus días fueron especiales, ya no se sentía más sola. Sin embargo, una mañana el desconocido desapareció. Los días pasaron y su rutina volvió a la normalidad. Durante semanas se sintió enferma, el doctor confirmó sus sospechas, estaba embarazada. La noticia fue como una luz de esperanza, ahora ya no estaría sola, tendría a alguien a quien proteger y amar, pero Silvia se dio cuenta que a veces la vida trae prubas amargas, esa noche perdió sus ilusiones, mientras sus piernas se llenaban de sangre.
La vida de Silvia terminó una mañana fresca de verano, cuando yacía en su cama, tranquila, con los ojos bien cerrados y los cabellos canosos algo alborotados. Con su último suspiro se llevó la primer caricia que dio al desconocido, la felicidad que sintió al enterarse sobre su primer embarazo, la sonrisa orgullosa de su padre al informarle de su primer empleo, los suaves besos de su madre, los secretos infantiles que guardaba con su hermana, las pláticas eternas con su esposo, el llanto de su hijo, la sensación de lluvia sobre su piel, los pasos cortos y presurosos que hacía al caminar, el azul de mar, las historias que pensaba con la forma de las nubes, el movimiento lento de las hojas de los árboles, el olor a rosas, el sabor a miel, se llevó, en fin, las cosas que realmente importan...

1 comentario:

Lovely Linda dijo...

Muy bonita y triste a la vez, me encantan tus cuentos Gerardito.

Un beso