martes, 25 de mayo de 2010

El Dios de las flores

Cuenta la anciana, que hace mucho tiempo existió una bella princesa de ojos bueno y cuyo semblante siempre era triste, su cabello olía a rosas y su piel era color canela, su andar era sumamente lento y su figura delicada, parecía una suave pluma movida por los vientos del norte. Cada noche soñaba con conocer al Verbo, por las mañanas suspiraba de a poco y miraba al cielo en busca de la Palabra.
La princesa siempre vagaba por el bosque, con sus pies desnudos y su rostro apacible, se sentaba cerca del río y pensaba en el Amado, entonces un príncipe la miró, para después enamorarse profundamente de ella.
-"Quiero que seas mi amada", le dijo
-"Quiero conocer al Dios de las flores", respondió la bella mujer
-"Así será, todo sea por ver una leve sonrisa tuya", afirmó
El príncipe recorrió el mundo entero, en busca del Dios de las flores, pero jamás lo halló.
-"El no es de este mundo", dijo la princesa al enamorado
-"Me ha dicho la abuela, que existe una forma. Debemos ir al mar, cuando estemos allí, mi cuerpo desnudo se recostará sobre espinas de rosas, la sangre correrá y será tanta que formará un camino, después, minutos antes de mi muerte, mi corazón tendrá que ser atravezado con la espina más dura del rosal, sólo así se abrirá el mar y te mostrará el camino al Dios de las flores", dijo el caballero a su princesa
-"Quiero ver al Dios de las flores", respondió ella
Los días se hiceron largos y los viajeros llegaron finalmente al mar. El trágico ritual fue hecho.
-"Ahora vete, corre hacia el Dios de las flores que te espera, mi cuerpo pronto terminará de morir", dijo el sacrificado a su amada
-"No", respondió la princesa
-"¿Por qué, acaso no era ese tu deseo?"
-"Si"
-"¿Entonces?"
-"No necesito correr al Dios de las flores, porque ya lo he conocido"
-"No entiendo tus palabras"
-"El Dios de las flores... Es el amor puro y estoy en presencia de él"
Fueron las palabras que susurró la princesa, después de algunos momentos, el enamorado murió y la amada guardó silencio por el resto de sus días, ahora menos melancólica pero igual de apacible, porque había conocido al Dios de las Flores.

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